


Eterna Desconexión III
El 28 de abril del 2025 hubo un apagón en toda la ciudad de Madrid, en otros lugares también, pero en ese me encontraba yo. Me mandaron a casa, sin luz no hay chispa y sin chispa no abre la cocina, salí de ese restaurante con una exorbitante despreocupación. Me acuerdo ser la persona más alegre en una mar de miedos e incertidumbres, caminaba de Chueca a Lavapiés escuchando las especulaciones rebotar por cada esquina. Escribí algunas: “El gobierno se olvidó de pagar la factura de luz”, “Es un apagón mundial”, “Estos chinos lo están haciendo”. Cada quien con su teoría, quien les escribe estaba más preocupado con lo potencialmente breve que podía ser este episodio. No me imaginé que las mentes más brillantes de un gobierno que exige productividad constante permitan que dure mucho esta desconexión digital. Pequé de paranoico, compre velas y fruta, me encontré a Alexandra en el chino y pronto nos encontrábamos tocando música en la calle. Estas nuevas condiciones, nulas en telecomunicaciones, permitió que los vecinos de mi barrio nos integremos como nunca antes. Una señora comento: “Quizás esto era lo que necesitábamos para volver a hablarnos”. Aquellos que vivieron tiempos previos a la pantalla digital veían lo que ocurría con nostalgia, los jóvenes como una oportunidad para librarnos de la eterna desconexión. Estas fotos, así como las personas que me acompañaron esa tarde, no tienen mucha mayor razón de estar juntas, pero me alegro que lo estén.
El 28 de abril del 2025 hubo un apagón en toda la ciudad de Madrid, en otros lugares también, pero en ese me encontraba yo. Me mandaron a casa, sin luz no hay chispa y sin chispa no abre la cocina, salí de ese restaurante con una exorbitante despreocupación. Me acuerdo ser la persona más alegre en una mar de miedos e incertidumbres, caminaba de Chueca a Lavapiés escuchando las especulaciones rebotar por cada esquina. Escribí algunas: “El gobierno se olvidó de pagar la factura de luz”, “Es un apagón mundial”, “Estos chinos lo están haciendo”. Cada quien con su teoría, quien les escribe estaba más preocupado con lo potencialmente breve que podía ser este episodio. No me imaginé que las mentes más brillantes de un gobierno que exige productividad constante permitan que dure mucho esta desconexión digital. Pequé de paranoico, compre velas y fruta, me encontré a Alexandra en el chino y pronto nos encontrábamos tocando música en la calle. Estas nuevas condiciones, nulas en telecomunicaciones, permitió que los vecinos de mi barrio nos integremos como nunca antes. Una señora comento: “Quizás esto era lo que necesitábamos para volver a hablarnos”. Aquellos que vivieron tiempos previos a la pantalla digital veían lo que ocurría con nostalgia, los jóvenes como una oportunidad para librarnos de la eterna desconexión. Estas fotos, así como las personas que me acompañaron esa tarde, no tienen mucha mayor razón de estar juntas, pero me alegro que lo estén.